Crónica de un argentino confundido entre el despertar hormonal y la televisión por cable
A ver, si naciste entre fines de los 80 y principios de los 2000, sabés exactamente de lo que hablo: hubo una época dorada —una era mágica y peligrosa— donde las modelos argentinas no solo estaban en todas partes, sino que además te hacían sentir cosas que ni el profesor de biología podía explicarte sin sudar.

Y no, no estoy hablando solo de chicas lindas. Estoy hablando de iconos nacionales, verdaderas esculturas en movimiento que aparecían en la tapa de revistas, en publicidades de shampoo o aceite para autos, y por supuesto, en esos programas que oh casualidad, uno miraba “por el contenido”.
La prehistoria del deseo: cuando no había Instagram, pero sí revista Gente
Antes de que las redes sociales convirtieran a cualquier ser humano con filtros en “modelo/influencer/astróloga/coach”, nosotros teníamos que esforzarnos para ver una foto sensual. Y cuando digo esforzarnos, lo digo literal: te robabas la Gente o la Paparazzi del kiosco con los ojos, porque pedirla era un papelón y comprarla un gasto que atentaba contra el saldo para la Coca.
Ahí estaban ellas. Pampita en la playa, sonriente, con ese aura de diosa inalcanzable. Luciana Salazar, que directamente parecía salida de un laboratorio alemán. Nicole Neumann, con una mirada que te hacía pensar en cosas impuras y después arrepentirte, pero no tanto.

Y ni hablemos de cuando salía Jesica Cirio en “Polémica en el Bar”. Ahí entendí que los noticieros podían informar… pero también hipnotizar.
Los sábados a la noche y el canal Playboy en codificado
Permitime esta confesión íntima: el 90% de los hombres de mi generación desarrolló astigmatismo tratando de descifrar el canal codificado a las dos de la mañana. Y todo por la promesa de ver una teta pixelada que, con suerte, era de alguna modelo argentina en plan erótico-softcore.
Mirá si no habremos crecido con traumas visuales. A veces una lámpara medio quemada me hace pensar que está empezando el programa de «Sexo seguro» con Celina Rucci.
El reinado de “Bailando por un sueño”
Díganme lo que quieran, pero Tinelli educó generaciones enteras sin querer. Ese programa era la ONU de las curvas argentinas. Silvina Escudero, Cinthia Fernández, Floppy Tesouro, Karina Jelinek… todas con nombres de fantasía que uno no se atrevía a gritar en casa, pero repetía como mantras en la ducha.
Era un desfile de anatomía nacional, con coreografías imposibles y escotes que desafiaban la ley de gravedad. Yo miraba con una mezcla de fascinación, culpa y dolor de cuello de tanto estirarme desde el sillón sin que mamá notara que “seguía despierto”.
¿Y ahora qué?
Hoy en día, claro, la cosa cambió. Las modelos siguen existiendo, pero se mezclaron con influencers, tiktokers y streamers. Ya no necesitás esperar a que alguien salga en una revista: las tenés en el bolsillo, en el celu, 24/7. Y eso, sinceramente, nos arruinó un poco el misterio.
El algoritmo te sirve curvas en bandeja todo el día. Pero ¿sabés qué no te da el algoritmo? La emoción de ver a Pampita en un corte de tele y sentir que el destino te guiñó el ojo.

Hoy por hoy, veo una historia de una modelo en Instagram y pienso “qué bomba”, sí. Pero ya no me queda tendinitis. Eso quedó allá, en esa época en la que éramos adolescentes, calentones y completamente torpes. Hoy, ya con lumbalgia y el algoritmo repleto de minas en bikini, me emociona más un descuento en el súper que una selfie de Sol Pérez.
Conclusión (y final con nostalgia viril)
Las modelos argentinas de nuestra adolescencia no solo eran mujeres espectaculares. Eran también símbolos, proyecciones, y sí, probablemente la causa de muchas duchas frías y fantasías que jamás confesamos.
Así que, desde este rincón de la memoria, levanto una copa (de Sprite, porque la gastritis no perdona) por ellas. Por hacernos soñar, por hacernos hombres… y por esa tendinitis que, aunque curada, todavía me hace sonreír cuando la recuerdo.